
vISITANTE N°
La verdad hace libre
LIDERAZGO
LA PRIMERA DEMOCRACIA, ¿SERÁ QUE ESTAMOS REPITIENDO LA MISMA HISTORIA?
Suele ser conocido el hecho de que la primera democracia de la Historia surgió en Grecia. A decir verdad, el mismo término procede del griego donde DEMOS es PUEBLO y KRATÍA es PODER. La democracia sería, pues, la "FORMA DE GOBIERNO EN QUE EL PUEBLO ES EL QUE TIENE EL PODER Y QUE SE OPONE", por lo tanto, a la "MONARQUÍA o GOBIERNO DE UNO" o a la "OLIGARQUÍA o GOBIERNO DE UNOS POCOS". La democracia no fue, sin embargo, una realidad en toda Grecia. A decir verdad, se limitó a Atenas, una polis o ciudad-estado, e incluso no cubrió toda su Historia.9
La democracia ateniense inició su caminar en el siglo v a. de C. y la concluyó en el siglo iv a. de C. En total, no llegó a sobrevivir dos siglos y, curiosamente, su final fue anunciado con muchos años de antelación por algunas de las mentes más preclaras de Grecia. ¿Por qué terminó la democracia ateniense? ¿Por qué no volvió a restaurarse? ¿Por qué el juicio sobre la misma continuó siendo negativo entre las mentes más preclaras de Grecia?
Las razones del final de la democracia son diversas y comenzaron a ser descritas cuando la democracia todavía era una realidad. En este artículo trataremos dos:
La primera de las causas fue lo que se denominó la ceguera popular causada por la ignorancia.
La segunda causa del fracaso de la democracia era que a esa ignorancia del pueblo se sumaba la facilidad para manipularlo
LA PRIMERA DE LAS CAUSAS: fue lo que se denominó la ceguera popular causada por la ignorancia. Como señaló el gran poeta Píndaro10: «Cuanto mayor es la muchedumbre, más ciego en su corazón». El historiador Plutarco señaló con amargura que en la democracia «aunque los que hablaban eran los más hábiles, los que decidían eran los ignorantes».11 Jenofonte —o quien se ocultara bajo su nombre— afirmó con dolor en su Constitución de los atenienses que, al final, quien tenía un poder decisorio no eran los mejores y más instruidos, sino los más estúpidos e ignorantes.12
Eurípides mencionó la ignorancia del pueblo en su tragedia Las suplicantes14como una de las razones por las que el sistema democrático no podía funcionar. Era a todas luces absurdo que gente ignorante adoptara decisiones sobre temas de enorme relevancia.
LA SEGUNDA CAUSA DEL FRACASO DE LA DEMOCRACIA: era que a esa ignorancia del pueblo se sumaba la facilidad para manipularlo, una facilidad que arrancaba de sus propios deseos. La manera en que los autores griegos definieron esos deseos negativos varía, pero siempre resulta harto significativa. Por ejemplo, Plutarco la denomina eros,15el término del que deriva nuestro erotismo. En otras palabras, era como decir que el pueblo, lejos de controlar sus pasiones, era arrastrado por ellas como si se tratara de una pulsión sexual. Por separado, los ciudadanos podían tener una cierta sensatez, pero convertido en la suma que deriva de la masa tenían, según Solón, «la mente vacía”16 o, según Aristófanes, «se quedaba con la boca abierta como si juntara higos secos».17 Con ese pueblo, ignorante y arrastrado por pasiones, Eurípides constataba que «podrás obtener sin dificultad lo que desees de él... para quién vigila la oportunidad, no puede alcanzar un bien más valioso».18
Ese seguimiento de los políticos aduladores y emisores de promesas encaminadas a halagar al pueblo debilitaría enormemente la libertad en Atenas. A fin de cuentas, como indicaría el gran orador Demóstenes, no se soportó el hablar sincero y se expulsó la libertad de palabra del debate político.19
Por supuesto, había políticos —como Pericles— que habían sabido encauzar al pueblo y mantenerlo en la vía de la sensatez y el bien común,20 pero no había sido el desarrollo habitual de la política. A decir verdad, los políticos lo que buscaban era alcanzar y mantener el poder sobre la base del voto popular y para conseguirlo no buscaban lograr el bien común sino halagar a las masas. No deja de ser curioso que un personaje como el demagogo Cleonte incluso aprovechara la cólera —orge— de los ciudadanos21 y eso lo convirtiera en el político más escuchado por el pueblo.
La ignorancia, las pasiones populares, la demagogia acabaron conjugándose para que los deseos de los ciudadanos fueran cada vez a más.22 Lo que esperaban de los gobernantes elegidos no era que gobernaran en beneficio de la comunidad a bien, sino que les dieran cada vez más, que los halagaran más, que satisficieran más sus ansias. Al fin y a la postre, los cargos públicos no eran ocupados por los mejores, sino por los que tenían más descaro a la hora de halagar al pueblo y de ofrecerles la satisfacción de sus caprichos. El resultado no podía ser bueno. Como señaló Eurípides,23 los políticos, al dirigirse al pueblo, «lo ensalzan y lo adulan y lo arrastran de todas las maneras, en interés propio. Hoy, causan las delicias del pueblo y mañana, su desgracia. Después, para ocultar su equivocación, calumnian continuamente, escapándose así del castigo».
Por supuesto, el pueblo estaba convencido de que era él quien sujetaba las riendas de la política, ya que se le entregaba lo que deseaba. Pero, la realidad, muy distinta, quedó recogida por el comediógrafo Aristófanes24: «Oh, pueblo, qué bello es tu gobierno. Todos te temen como a un tirano. Sin embargo, no resulta difícil llevarte a donde quieren. Te gusta que te adulen y te engañen. Siempre estás escuchando a los charlatanes que están con la boca abierta y tu espíritu viaja lejos aún sin salir de casa».
Librémonos de repetir la misma HISTORIA. En estás elecciones.
JMS