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CIENCIA

LA SUPERVIVENCIA DE LOS MÁS FALSOS -1

LA SUPERVIVENCIA DE LOS MÁS FALSOS

Jonathan Wells, Doctor en Biología Molecular y Celular

Si durante mis años de estudio de ciencia en Berkeley alguien me hubiera preguntado si creía lo que leía en mis libros de texto científicos, hubiera respondido de una forma muy similar a cualquiera de mis compañeros de estudios; me hubiera sentido perplejo de que siquiera se me hiciese una pregunta así. Naturalmente, uno podría encontrar pequeños errores, erratas y cosas así. Y la ciencia está siempre descubriendo cosas nuevas.

 

Pero yo creía —lo tenía como un supuesto— que mis libros de texto científicos contenían el mejor conocimiento científico disponible en aquel tiempo. Sólo fue cuando acababa mi doctorado en biología celular y del desarrollo que me di cuenta de lo que al principio consideré como una extraña anomalía.

 

El libro de texto que yo usaba presentaba de forma destacada unos dibujos de embriones de vertebrados —peces, gallinas, seres humanos, etc.— cuyas semejanzas se presentaban como evidencia de descendencia desde un antecesor común.

Desde luego, los dibujos parecían muy semejantes. Pero yo había estado estudiando embriones durante algún tiempo, examinándolos al microscopio. Y me di cuenta de que los dibujos estaban sencillamente equivocados. Observe el dibujo:

Volví a comprobar todos mis otros libros de texto. Todos ellos presentaban dibujos similares, y todos ellos estaban evidentemente equivocados. No sólo distorsionaban los embriones que representaban, sino que omitían etapas tempranas en las que los embriones aparecen muy diferentes entre sí.

Lo mismo que en el caso de la mayoría de los demás estudiantes de ciencia, y como la mayoría de los científicos mismos, lo dejé pasar. No afectaba a mi trabajo de manera directa, y di por supuesto que aunque los textos estaban equivocados en esta cuestión por la razón que fuese, se trataba de una excepción a la regla.

 

Pero en 1997 mi interés en los dibujos de los embriones se reavivó cuando el embriólogo británico Michael Richardson y sus colegas publicaron el resultado de su estudio en el que comparaban los dibujos de los libros de texto con embriones reales. Tal como se citó al mismo Richardson en la prestigiosa revista Science: «parece que está resultando ser uno de los más famosos fraudes de la biología». Peor todavía, no se trataba de un fraude reciente. Ni tampoco era un descubrimiento reciente.

 

Los dibujos de embriones que aparecen en casi cada libro de texto de bachillerato y de universidad son o bien reproducciones, o se basan en una famosa serie de dibujos realizados por el biólogo alemán del siglo XIX y ferviente darwinista, Ernst Haeckel, y los eruditos acerca de Darwin y de la teoría evolucionista han sabido que se trataba de falsificaciones durante más de cien años.

 

Pero por lo que parece, ninguno de ellos consideró oportuno corregir esta falsa información presente en casi todas partes. Todavía creyendo que se trataba de una circunstancia excepcional, sentí curiosidad por ver si podía encontrar otros errores en los textos normativos de biología que trataban de la evolución. Pero mi investigación reveló algo sorprendente: Bien lejos de ser excepciones, estas descaradas tergiversaciones son más frecuentemente la regla.

 

En mi reciente libro las designo como «Iconos de la Evolución», porque muchas de ellas están representadas por las clásicas y constantemente repetidas ilustraciones que, como los dibujos de Haeckel, han servido demasiado bien

 

para su propósito pedagógico, el de fijar una falsa información fundamental acerca de la teoría evolucionista en la mente del público.

 

Todos los recordamos de la clase de biología: el experimento que creó «los ladrillos de la vida» en un tubo; el «árbol» de la evolución, arraigado en el lodo primordial y ramificándose a una vida animal y vegetal. Luego había las estructuras óseas semejantes de, digamos, el ala de un ave y la mano de un hombre, las polillas del abedul y los pinzones de Darwin.

 

Y, naturalmente, los embriones de Haeckel. Lo que sucede es que todos estos ejemplos, así como muchos otros que se presentan como evidencia de evolución, resultan incorrectos. No sólo ligeramente desviados. No sólo ligeramente erróneos. Por lo que respecta a la cuestión de la evolución darwinista, los textos contenían distorsiones desmesuradas e incluso alguna evidencia inventada. Y no estamos hablando sólo de textos de bachillerato que algunos pudieran excusar (aunque no se debiera) por adherirse a un estándar más bajo. También resultan culpables algunos de los libros de texto universitarios más prestigiosos y de más circulación, como Evolutionary Biology de Douglas Futuyma, y la última edición del libro de texto a nivel graduado Molecular Biology of the Cell, que tiene como coautor al presidente de la Academia Nacional de las Ciencias, Bruce Alberts. De hecho, cuando se eliminan las falsas «evidencias», el alegato en favor de la evolución darwinista, al menos en los libros de texto, queda tan debilitado que se hace casi invisible.

 

 

LA VIDA EN UNA BOTELLA:

 

LA SUPERVIVENCIA DE LOS MÁS FALSOS

Jonathan Wells, Doctor en Biología Molecular y Celular

 

Miller y Urey usaron su inteligencia para producir aminoácidos. ¿Demostraron con ello que los aminoácidos surgen sin inteligencia? Cualquiera que en 1953 fuese lo suficientemente mayor para comprender la relevancia de la noticia recuerda lo impresionante, y, para muchos, lo inspiradora que fue.

 

Los científicos Stanley Miller y Harold Urey habían tenido éxito en la creación de «los ladrillos» de la vida en una redoma. Imitando lo que creían que habían sido las condiciones naturales de la atmósfera de la tierra primitiva, y entonces haciendo pasar una chispa eléctrica por ella, Miller y Urey habían conseguido unos aminoácidos simples.

 

Como los aminoácidos son los «ladrillos» de la vida, se creía que era sólo cuestión de tiempo hasta que los mismos científicos pudieran crear organismos vivos. En aquel tiempo pareció ser una espectacular confirmación de la teoría evolucionista. La vida no era un «milagro». No había necesidad de ninguna actividad exterior o de inteligencia divina. Sólo era necesario juntar los gases necesarios, añadir electricidad, y la vida tenía que aparecer. Es un acontecimiento común.

 

De esta manera, Carl Sagan podía así predecir confiadamente en la radio nacional que los planetas en órbita alrededor de aquellos «miiiiiiles y miiiiiiles de millooooones» de estrellas en el espacio tenían que estar abarrotados de vida. Pero aparecieron problemas.

 

Los científicos nunca pudieron ir más allá de los más simples aminoácidos en su simulado ambiente primordial, y la creación de las proteínas comenzó a resultar no un pequeño paso, ni un par de pasos, sino una gran sima, quizá imposible de salvar.

Pero el golpe de gracia al experimento de Miller -Urey llegó en la década de 1970, cuando los científicos comenzaron a llegar a la conclusión de que la atmósfera primitiva de la tierra no se parecía en nada a la mezcla de gases empleada por Miller y Urey.

 

En lugar de ser lo que los científicos designan como «reductora», un medio rico en hidrógeno, la atmósfera primitiva de la tierra estaba probablemente compuesta por gases liberados por volcanes.

 

Acerca de esta cuestión hay un consenso casi general entre los geoquímicos. Pero pongamos estos gases volcánicos en el aparato de Miller y Urey, y el experimento no funciona —en otras palabras, no aparecen «ladrillos» de la vida.

 

¿Qué dicen los libros de texto acerca de este hecho tan incómodo? De modo general, lo silencian y siguen usando el experimento de Miller y Urey para convencer a los estudiantes de que los científicos han demostrado un importante primer paso en el origen de la vida.

 

Entre estos libros de texto se encuentran el ya mencionado Molecular Biology of the Cell, del que uno de los coautores es el presidente de la Academia Nacional de las Ciencias, Bruce Alberts. La mayoría de los libros de texto dicen además a los estudiantes que los investigadores acerca del origen de la vida han hallado abundantes evidencias adicionales para explicar cómo la vida se originó espontáneamente —en lugar de decir a los estudiantes que los investigadores mismos reconocen en la actualidad que la explicación les sigue escapando.


 

EMBRIONES FALSEADOS

 

LA SUPERVIVENCIA DE LOS MÁS FALSOS

Jonathan Wells, Doctor en Biología Molecular y Celular

 

Los coetáneos de Haeckel lo criticaron en repetidas ocasiones por sus tergiversaciones, y fue objeto de numerosas acusaciones de fraude a lo largo de su vida. Darwin pensaba que «de lejos la clase singular de pruebas más enérgicas en favor de» su teoría procedían de la embriología.


Pero Darwin no era embriólogo, de modo que se apoyó en el trabajo del biólogo alemán Ernest Haeckel, que realizó unos dibujos de embriones de diversas clases de vertebrados para exponer que son virtualmente idénticos en sus etapas más tempranas, y que se diferencian de forma ostensible sólo al desarrollarse. Fue este patrón el que Darwin encontró tan convincente.

Esta puede que sea la más insigne de las distorsiones, porque los biólogos han sabido durante más de un siglo que los embriones vertebrados nunca se parecen tanto como Haeckel los dibujó. En algunos casos, Haeckel usó el mismo grabado de madera para imprimir embriones que se suponía que pertenecían a clases diferentes. En otros, retocó sus dibujos para hacer que los embriones se pareciesen más que en la realidad.

 

Los coetáneos de Haeckel lo criticaron en repetidas ocasiones por estas tergiversaciones, y fue objeto de numerosas acusaciones de fraude a lo largo de su vida.

 

En 1997, el embriólogo británico Michael Richardson y un equipo internacional de expertos compararon los dibujos de Haeckel con fotografías de embriones reales de vertebrados, y demostraron de manera concluyente que los dibujos tergiversan la realidad.

 

Los dibujos son engañosos de otra manera. Darwin fundamentó sus inferencias de descendencia común sobre la creencia de que las etapas más tempranas en el desarrollo de los embriones son las más similares. Pero los dibujos de Haeckel omiten por entero las etapas más tempranas, que son muy diferentes, y arrancan a partir de un punto medio de mayor semejanza.

 

El embriólogo William Ballard escribió en 1976 que es «sólo mediante trucos semánticos y selección subjetiva de la evidencia», y «torciendo los hechos de la naturaleza» que alguien puede argumentar que las etapas tempranas de los vertebrados «son más semejantes que sus formas adultas».

 

Pero se puede encontrar alguna versión de los dibujos de Haeckel en la mayor parte de los libros de texto de biología. Stephen Jay Gould, uno de los proponentes más visibles de la teoría evolucionista, escribió recientemente que deberíamos estar «asombrados y avergonzados por todo el siglo de reciclado irreflexivo que ha llevado a la persistencia de estos dibujos en una gran cantidad, por no decir que en una mayoría, de los libros de texto modernos».

 

(Más adelante volveré a la cuestión de por qué es sólo ahora que el Sr. Gould, que ha conocido estas falsedades durante décadas, ha decidido desenmascararlas ante el gran público.)

 

“De dos o más grupos de animales, aunque difieran mucho entre sí por su conformación y costumbres en estado adulto, si pasan por fases embrionarias muy semejantes, podemos estar seguros de que todos ellos descienden de una misma forma madre y, por consiguiente, de que tienen estrecho parentesco. Así, pues, la comunidad de estructura embrionaria revela la comunidad de origen; [...] La embriología aumenta mucho en interés cuando consideramos al embrión como un retrato, más o menos borroso, del progenitor de todos los miembros de una misma gran clase”

 

(Darwin, 1980, El Origen de las Especies, Edaf, Madrid: 446-447).

 

¡¡¡¡QUE TAL ERROR!!!!

 

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